En los últimos años, Apple no ha dejado de repetirnos que el iPhone es “la cámara más popular del mundo”. Con cada nueva generación, tratan...

En los últimos años, Apple no ha dejado de repetirnos que el iPhone es “la cámara más popular del mundo”. Con cada nueva generación, tratan de mejorarla y hacen que uno se pregunte si realmente necesitamos seguir cargando con una cámara tradicional. Así que como fotógrafo amateur que soy, decidí comprobarlo por mí mismo.
Dejé en casa mi cámaras, guardé los objetivos y salí durante una semana a fotografiar exclusivamente con el iPhone 15 Pro Max. ¿El resultado? Luces y sombras. Más sombras de las que esperaba.
¿Hace mejores fotos el iPhone que una cámara?
Lo primero que hay que decir es que, efectivamente, el iPhone 15 Pro Max, y por extensión el 16 Pro Max, que es casi idéntico en este sentido, ofrece una experiencia fotográfica que, en muchos casos, es más que muy buena. Puedes disparar en RAW, algo vital para un fotógrafo, tienes acceso a distancias focales simuladas, el modo retrato ha mejorado y el HDR hace milagros en escenas con mucho contraste. A nivel de software, la cámara del iPhone es una bestia.
Pero cuando hablamos de fotografía en serio, y no me refiero a hacer una foto para subir una historia a Instagram, empiezan a aparecer las limitaciones. La más evidente es el tamaño del sensor. Por muy avanzado que sea el procesado del iPhone, la física manda. En condiciones de buena luz, los resultados son muy buenos, incluso sorprendentes. Pero cuando la luz cae, el ruido digital aparece, la nitidez se resiente y esa supuesta “magia” del modo noche no siempre aguanta una edición seria en Lightroom.
Y luego está el tema del zoom. Apple ha hecho un gran trabajo introduciendo la lente tetraprisma para alcanzar el equivalente a un 120 mm, pero sigue siendo digital a partir de cierto punto. No hay comparación posible con un teleobjetivo real. En escenas donde necesitas recortar o hacer un buen encuadre a distancia, el iPhone se queda corto.
Otro factor que eché de menos fue la posibilidad de cambiar de objetivo. Suena obvio, pero cuando llevas años acostumbrado a la libertad de un 35 mm, un 85 mm o un gran angular real, trabajar con simulaciones fijas puede ser muy limitante. No todo se resuelve con “acércate o aléjate”. El desenfoque, la profundidad de campo real, la compresión de un teleobjetivo…todo eso no se puede simular del todo, al menos no todavía.
Y hablemos de la ampliación. Muchas de las fotos que hice con el iPhone me parecieron estupendas en pantalla. Pero cuando las pasé al ordenador y traté de editarlas como haría con un archivo de una cámara full frame, fue como quitarse unas gafas. Los detalles finos no aguantaban, los contornos se perdían al ampliar y el rango dinámico, aunque decente, no daba tanto margen de recuperación en sombras y luces altas.
¿Significa esto que el iPhone no sirve como cámara principal? Depende. Para redes sociales, viajes con la familia, hacer fotos a tus hijos o incluso vídeos cortos, es una herramienta impresionante. Lo sacas del bolsillo y disparas, sin pensar en nada más, y en muchas ocasiones, eso se agradece. Pero cuando buscas ese “algo más”, cuando no solo haces fotos sino que piensas en ellas como algo duradero, el iPhone se queda un paso por detrás.
Usar el iPhone como única cámara durante una semana me ha enseñado que sí, puedes capturar grandes imágenes con él. Pero también me ha recordado por qué sigo usando una cámara de verdad. El móvil es inmediato, práctico y cada vez más potente, pero la fotografía, al menos como yo la entiendo, necesita tiempo, intención y control. Y ahí, el iPhone aún tiene camino por recorrer.
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